martes, agosto 28, 2012

Non, Je Ne Regrette Rien










Desde la primera vez que crucé la frontera para ir a Francia sentí que mi espíritu es francés.
Todo me gustaba, me sentía en mi elemento.

Mas tarde me mandaron interna a Burdeos y a pesar de que estar encerrada no le gusta a nadie, a mi me compensaba porque aprendía francés y una cultura que se correspondía a mi sentir interior, cosa que en Bilbao y Madrid, que es donde había estudiado antes, no sucedía.

Me empapé de toda la literatura francesa, nos llevaban a toda clase de actos culturales y me hice amiga de Babet Dumas, que a la sazón vivía con sus padres en La Rochelle y allí pasé dias maravillosos, en un ambiente culto y refinado, navegando y disfrutando.
Ahora Babet está casada y vive en Paris y a veces nos vemos y nos queremos como cuando éramos adolescentes.

Ella me introdujo en Rimbaud, Baudelaire y toda la poesia francesa.

De hecho en el colegio nos hacían recitar a Molière, Hugo etc. y la profesora ponía mucho énfasis en mi porque se daba cuenta de que a pesar del esfuerzo que me suponía mi interés era inmenso, no solo la dificultad de la pronunciación sino el acento para recitar, el cual en Francia tiene un interés capital.
De hecho terminé hablando francés como si fuera francesa pero la falta de práctica me lo ha oxidado.

En asuntos de moda yo ya sabía de antemano que las francesas eran mi referente, ya había empezado a comprarme la ropa en Biarritz.

Aprendí a apreciar los jardines no demasiado cuidados, un poco desaliñados como hacen las cosas los franceses que parece que no terminan de ordenar todo perfectamente.

Detesto esa manía ibérica de que todo parezca perfecto, las casas restauradas excesivamente, las mujeres con los bolsos a juego de los zapatos etc. etc.

Resumiendo, me gusta todo lo francés, empezando por las ostras de Arcachon y terminando con un buen queso Comté poco curado, una baguette y una botella de Château Lafitte.

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